Los que golpean las cacerolas, las usan por primera vez: en la cocina solo las usaban su personal del servicio doméstico
Madrid se divide entre norte y sur. El Norte rico, el Sur pobre. En los últimos días, basta con mirar las redes sociales para entrever con mayor nitidez la fractura: los que se manifiestan, cacerola y rojigualda en mano, y con algunas expresiones violentas y quienes responden en defensa de la sanidad pública y los intereses generales, que viven en el Sur.
En Vallecas, los vecinos llaman a un «paseo popular antifascista» y en Moratalaz piden «menos cacerolas, más sanidad». La gente humilde, mucho más castigada por la pandemia, entienden que las medidas del Gobierno es para protegernos a todos y saben que los de los cacerolas solo buscan hacer ruido y desestabilizar. En la Plaza Elíptica de Madrid, uno de los sitios de encuentro de las manifestaciones se proclama: «Barrios del sur unidos por la sanidad pública contra la extrema derecha«. Son sólo algunas de las convocatorias que han aflorado en los barrios obreros de la capital y que han ido ganando fuerza en los últimos días.
Mientras, en el Norte rico, en la zona de los que siempre han vivido mirando por encima del hombro a los que no son de su nivel, se cabrean porque hay un Gobierno que a pesar de su debilidad democrática, resiste. Las cacerolas de los ricos, son recogidas de sus casas. Nunca fueron usadas por ellos, por eso tienen a la gente más pobre del Sur, a los inmigrantes desposeídos, para usar esas cacerolas en la cocina para prepararles a ellos la cena