
Foto de Vlad Sargu en Unsplash
O eso al menos es lo que concluye un estudio de Harvard, elaborado con dos generaciones de individuos de la misma familia y miles de entrevistas llevadas a cabo en Estados Unidos.
Al parecer, lo que más influye en la sensación percibida de felicidad es vivir rodeado de relaciones significativas. Ni la infancia, ni la genética determinan cómo nos sentimos; es más bien la capacidad de elegir aquello que nos nutre y nos hace sentir plenos. Y darnos cuenta de que podemos compartirlo con los demás.
A partir de esta edad entonces, se acentúa esa elección consciente de aquello que juzgamos como positivo, dejando atrás cada vez más lo que no nos llena o nos hace sentir mal.
Como concluye este estudio, quizás sea porque nos damos cuenta que todo el mundo puede dar giros positivos a su vida, no importa la edad que se tenga. Y que a medida que envejecemos, también nos hacemos emocionalmente más sabios. Una cualidad que nos permite florecer y vivir una buena vida.