En este año de elecciones es normal que echemos la vista atrás, sobre todo si hablamos de partidos como Podemos, partido que empezó arrasando en los comicios europeos, por encima de lo esperado y que luego se afianzó en las elecciones de 2015 con algo más de 5 millones de votos. Un Podemos empoderado en la izquierda, que se permitía toser a PSOE y ningunear a IU.
Cuatro años más tardes ni 3 millones de votos recibieron, ya con una perdida de más del 50% de votos, y con un liderazgo deteriorado. Aún así vital para la formación de gobierno, pudiendo alcanzar el objetivo de gestionar algunas de las carteras ministeriales.
Cuatro años después, y ya no son las mismas caras las que coordinan este partido que se prometía dar guerra. Cierto que la prensa ha colaborado en el desgate, y la falta de rotundidad en el discurso ha hecho el resto. Con figuras que eran claves como Pablo Iglesias, que gran denostado se encuentra ahora mismo y fuera de la actividad política, Irene Montero, que es la cabeza de turco de todos los ataques de la derecha y la extremaderecha, y una Yolanda Díaz, con un liderazgo más atractivo pero ya fuera de los planes de la próxima candidatura, Podemos entró al gobierno para resolver, pero ahora mira con ojitos al PSOE para que sigan teniéndole en cuenta si vuelve a cuadrar.
El tema aquí ya es otro, Sumar, la propuesta de Díaz, parece ser la alternativa más consolidada, por su buena imagen. Pero no deja de dar rabia que siga habiendo divisiones, por reforzar liderazgo, es curioso como desde la izquierda se mantiene siempre un discurso progresista y crítico, pero luego se crean bandos entorno sobre los liderazgos. La pelea eterna, por la que siempre nos ganaran la batalla.
