
Foto de Steve Gale en Unsplash
Hoy en día estamos acostumbrados a sacar nuestro móvil y tomar fotos de todo aquello que llame nuestra atención. Y muy común es también sacarnos fotos a nosotros mismos. Además, prácticamente todos los modelos de teléfono incluyen alguna aplicación que permite modificarlas con diferentes filtros, efectos, etc. Si bien no hay nada malo en ello, parece ser que un uso excesivo de estos filtros cuando nos hacemos selfies puede tener consecuencias perniciosas.
Y es que diversas investigaciones han demostrado que el abuso de filtros en las fotos tiene muchas probabilidades de incrementar el descontento con la propia imagen. Algunas personas pueden acostumbrarse a buscar esa imagen idealizada y perfecta de sí mismas, y el hecho de verse en el espejo tal y como son, provocaría un exceso de juicio negativo, e incluso de rechazo hacia lo que perciben. Es lo que se conoce como “Dismorfia de filtro” o “Dismorfia del selfie”. Las personas que la desarrollan, tienden a sentirse peor cuanto más lejos está la imagen filtrada de la forma en la que se perciben a sí mismos.
La censura hacia determinados rasgos físicos y la crítica excesiva son factores que inciden de manera negativa en la autoestima y la forma en que nos valoramos en general. Y muchas personas extrapolan esa supuesta falta de perfección a otros campos de su vida, haciendo que aumente su insatisfacción, creándoles una sensación de descontento que quizás no tiene un fundamento real.
Sin embargo, el ser humano es extraordinariamente complejo. Todos nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, talentos, aspiraciones, sueños… ¿Cómo reducir todo eso a una mera etiqueta? Sería como intentar coger el mar con las dos manos… Cuando en realidad, todos somos valiosos e importantes por el mero hecho de estar vivos, de existir. De sentido común es revisarnos, detectando aquello que esté en nuestra mano mejorar, y motivarnos hacia ese cambio en nosotros, siempre de una manera sana y respetuosa. Pero en realidad, no podemos juzgar nuestra esencia en base a unos pocos aspectos.
Así que medir nuestra valía y grandeza en relación a una serie de parámetros superficiales es, cuando menos, un enorme error; uno que nos puede costar muy caro.