
DVD 1076 (16-10-21) Manifestacion “renovables si pero no asi” desde Atocha a la Puerta del Sol, Madrid. Foto: Olmo Calvo
La protesta gana terreno –tanto en democracias como en dictaduras– pero, cada vez más, lo hace en sociedades fracturadas, polarizadas. La “erosión de la cohesión social” es el riesgo que más ha empeorado a nivel mundial desde el inicio de la crisis de la COVID-19, según el Global Risk Report 2022. La fragmentación ha llegado incluso a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones. En los últimos años, el movimiento feminista, por ejemplo, se ha visto sumido en una fractura en torno a grandes debates sobre temas como el trabajo sexual, la definición del sujeto del feminismo, la misma conceptualización del género o la inclusión de las personas trans. También en la movilización ecologista y contra la crisis climática, vemos como las protestas evolucionan hacia estrategias distintas. A finales de 2022, han irrumpido nuevas formas de denuncia: acciones sensacionalistas –como pegarse a un cuadro o rociarlo de sopa de tomate– han acaparado la atención mediática para devolver la acción climática al debate público. En general, todos estos cambios reflejan el desencanto de muchos de estos movimientos –especialmente entre los jóvenes– frente a la inacción y continuismo de los gobiernos ante las crisis que nos acechan. En 2023, este activismo disruptivo estará aún más presente, con llamamientos específicos a la desobediencia civil.