
La primera imagen que suele venirnos a la mente cuando hablamos de cohesión grupal es un grupo de personas unidas, que tienen objetivos en común y que colaboran entre sí para conseguirlos.
La verdad es que esta conexión entre los miembros del grupo facilita muchísimo las cosas a la hora de conseguir metas, tanto individuales, como colectivas. Cuando estamos colaborando en una iniciativa y sentimos que no se avanza porque surgen conflictos, es más probable que se solventen antes y mejor si existen estos vínculos grupales y si se satisfacen las necesidades emocionales de sus miembros.
En un contexto como el nuestro, donde estamos comprometidos con proveer una formación sociolaboral de calidad a las personas que participan en el proyecto, el que el grupo esté cohesionado y funcione prácticamente como un todo es un valor crítico. Y si esa sensación de pertenencia se genera prácticamente de forma espontánea y desde las primeras fases del proyecto, como ha sido el caso en el PIIIL IFONCHE, el trabajo de los miembros del equipo se ve enormemente facilitado.
Quizás haya influido la similitud de antecedentes percibida entre los alumnos. El tener rasgos de personalidad afines, valores personales en común o actitudes ante la vida muy parecidas. Lo cierto es que el desempeño del grupo es muy positivo, y buena parte de la razón de ello es la sensación de pertenencia sentida y compartida entre todos.
Y por lo que respecta al equipo que colaboramos con ellos, puedo decir que el contar con un alumnado comprometido y motivado con la formación nos permite desarrollar nuestra labor de una manera más creativa, disfrutando del proceso y trabajando a niveles más profundos.
Porque cuando se trabaja desde el respeto a la individualidad; honrando lo que cada uno aporta al grupo; respetando las diferencias, porque son las que nos van a permitir abrir la mente a otras posibilidades; en un espacio seguro en el que interactuar y crear, quizás ya no es tanto un “trabajo”, sino un auténtico regalo.